Sabiendo que su marido llevaba doce años de relación, guardó silencio. Cuando su marido estaba gravemente enfermo y agonizando, dijo algo que la asustó.

Durante sus  doce años  de matrimonio,  Elena  jamás mencionó la verdad que conocía desde hacía mucho tiempo. Ante los demás, era una mujer muy afortunada: un marido exitoso, una casa en  Makati , un coche y dos hijos preciosos. Pero solo Elena lo sabía: su corazón llevaba mucho tiempo muerto.

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El comienzo del silencio

Cuando se enteró de  la infidelidad de Marco  , acababa de dar a luz a su hija menor,  Maya .
Una noche, al levantarse para darle el pecho, notó que su marido no estaba con ella.
Salió silenciosamente de la habitación y, por la rendija de la puerta del despacho, la vio en una videollamada con una niña.
La voz de la esposa, suave, muy suave, palabras que nunca había escuchado de sí misma.

Se puso rígido. La botella de leche le temblaba en la mano. Pero no dijo nada.
Regresó en silencio al dormitorio, cerró los ojos y, desde allí, optó por permanecer callado  hasta el final.

Meses después, Marco retomó sus relaciones. No solo una, sino muchas.
Elena lo sabía todo.
Sabía cuándo, dónde y con quién.
Pero ella no se enfadó, ni lloró delante de su marido.

Se mantenía ocupado trabajando como contable, criando a sus hijos y ahorrando su propio dinero.
Cuando sus amigos le preguntan sobre la vida de casado, su única respuesta es:

“Está bien. En cuanto a los niños, estoy bien.”

Doce años de silencio

Por fuera, todo parecía perfecto.
Una familia ideal en las fotos de Facebook: vacaciones en Tagaytay, sonrisas navideñas.
Pero por la noche, en su habitación, separada de su marido, Elena lloraba en silencio, intentando contener las lágrimas para no destrozarse por completo.

Un día, el cuerpo de Mark colapsó repentinamente.
Diagnóstico:  Cáncer de hígado en fase terminal.
El dolor llegó tan rápido como la frialdad que se había instalado entre él y su esposa.

En el hospital, estaba sola con él.
No había mujeres, ni amigos; solo Elena, cuidando del hombre al que había perdonado hacía tiempo, pero al que ya no amaba.
Él la aseaba, cocinaba y velaba por ella toda la noche.
No hubo quejas. Tampoco hubo chispa.

Sus ojos, siempre tranquilos —pacíficos  por fuera, pero fríos por dentro—.

 

 

 

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