En mi noche de bodas, mi suegro me metió 1.000 dólares en la mano y me susurró: “Si quieres seguir viva, corre”.

Mi suegro, el señor Rajendra Mehta , era un hombre tranquilo y reservado. Desde que nos conocimos, tuve la sensación de que no le caía bien.
Pero jamás imaginé que diría algo así, la noche de la boda de su hijo .

—Yo… yo no entiendo. ¿Qué quieres decir, tío? —tartamudeé, todavía en estado de shock.

Apretó mi mano con más fuerza y ​​susurró como alguien aterrorizado de que lo oyeran:

“No hagas preguntas. En cuanto salgas, alguien te estará esperando. No vuelvas.
Esto es todo lo que puedo hacer por ti.”

Entonces me miró —atormentado, asustado— como si hacer esto pudiera costarle la vida.

Y entonces… se marchó.

Me quedé allí, temblando, con mil preguntas dando vueltas en mi cabeza.

En la otra habitación, Raghav se reía por teléfono con sus amigos, ajeno a lo que acababa de suceder.

Entré en pánico. No sabía en quién confiar.
Entonces llamé a la única persona en la que podía confiar: mi mejor amiga, Priya .

 

“¿¡Has perdido la cabeza?! ¿Huir en tu noche de bodas? ¿Alguien te amenazó?”, gritó.

Le conté todo.
Se quedó callada. Luego dijo:

“Si tu suegro dijo eso, es serio.
Voy a por ti.”

Diez minutos después, Priya me esperaba fuera del vestíbulo del hotel.
Arrastré mi maleta tras de mí, con la cabeza gacha como un fugitivo.
Eran las 2:17 de la madrugada.
Una suave llovizna caía sobre Delhi .

Me escondí en el apartamento de Priya.
Apagué el teléfono.
Treinta llamadas perdidas de mi madre. Innumerables de mis suegros. De Raghav.

Pero estaba aterrorizada.
No sabía a qué le tenía miedo: a Raghav… o a toda su familia.

A la mañana siguiente, mientras Priya estaba en el trabajo, finalmente encendí mi teléfono.
Cientos de mensajes llegaron a mi bandeja de entrada: algunos de regaño, otros de súplica, otros amenazantes.

Pero uno destacó entre todos.

Un mensaje de un número desconocido:

 

 

 

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